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Confiando en Su Palabra...

El Señor está con los que sostienen mi vida...

Creo que  hablar sana a las personas...
Creo que  mirar a los ojos es intentar comprender qué es aquello que quien  está delante mío no puede pero intenta decir...
Creo que sonreír y hasta reír a carcajadas así como llorar hacen bien al alma...
Pero aún más que todo eso que es bueno y necesario, creo lo que dicen los escritos antiguos:

"El Señor (Dios) está cerca, para salvar a los que tienen el corazón abatido y han perdido la esperanza... Salmos 34.18
He aquí, Dios es el que me ayuda; El Señor está con los que sostienen mi vida. Salmos 54.7

El Señor está con los que sostienen mi vida...

Por unos instantes pienso en aquellas personas que están a mi alrededor. 
¿Quiénes son esas personas que sostienen mi vida? 
¿Quiénes son los que hacen de sostén o red cuando mis fuerzas decaen o todo parece realmente fuera de control? 
¿Quiénes son las personas que no solo están de paso, sino que viéndome  en una situación difícil deciden detenerse y ayudar sea cual fuere mi necesidad?

Ahora te invito a que pienses conmigo. ¿Necesitaste alguna vez de alguien que sostuviera tu vida? Creo que la respuesta es sí. Todos alguna vez necesitamos de  los otros (por no decir muchas veces necesitamos de los otros). ¿Las encontraste?... 

Es seguro que esas personas  están allí. No creo que haya uno solo de nosotros que no tenga a otro cerca para ayudar en lo mínimo o tal vez lo máximo. ¿Por qué tengo esa seguridad? Porque así lo dicen los escritos antiguos, y las palabras que allí están registradas son reales y son verdad.  Y dice así: …”El Señor está entre los que sostienen mi vida”.

¡Qué maravillosa verdad! Dios está sí. Pero hay otros mas que sostienen mi vida. Y son personas reales como nosotros. Con una voz y una mirada que puedo reconocer, con manos que puedo estrechar y con cosas que podemos compartir. 

Me viene a la mente un momento en la vida de un hombre que nunca había podía caminar ( no puedo siquiera imaginar cómo es eso) y sin más esperanza que la podía depositar en unos fieles amigos que al parecer siempre lo ayudaban. A la ciudad donde ellos  vivían estaba llegando un hombre que decía ser el Hijo de Dios y que se llamaba Jesús. Todos sabían lo que Jesús hacía. Sanaba. Sí. Jesús sanaba a las personas. 

Entonces aquel hombre que nunca había podido caminar comenzó a vislumbrar una nueva esperanza; tal vez Jesús podía sanarlo. Pero  había un gran impedimento. Muchas personas llegaban de lejos para ver a Jesús. ¿Podrían acaso sus buenos amigos llevarlo con él? La cantidad de gente era tanta que realmente parecía imposible. Pero la fuerza de los sostienen las vidas de sus seres queridos pudo mucho más. Y lo impensado paso. Los amigos subieron al techo de la casa donde Jesús estaba y de alguna forma y por un gran hueco hicieron maniobras para bajar a su amigo que nunca había podido caminar  (todavía lo pienso y algunas lágrimas de emoción saltan a mis mejillas). Y Cuando Jesús vio la gran confianza que aquellos hombres tenían en él, le dijo al paralítico: «Amigo, te perdono tus pecados.»Entonces le dijo al que no podía caminar: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»En ese mismo instante, y ante la mirada de todos, aquel hombre se levantó, tomó la camilla y salió de allí. Al verlo, todos se quedaron admirados y comenzaron a alabar a Dios diciendo: «¡Nunca habíamos visto nada como esto!»

¿Qué hubiese pasado si los que sostenían la vida de aquel hombre que nunca había podido caminar no hubiesen estado allí? No lo sé. 

Lo que si se es que todos necesitamos de amigos o amigas, personas de fe que nos ayuden, que nos invitan a creer, personas  que sostienen nuestras vidas cuando nosotros no podemos hacerlo por sí solos. Y también sé que Dios se ocupa de que esas personas estén  cerca nuestro cuando las necesitamos. 

Con seguridad muchos  hemos pasado a lo largo de nuestra vida por temporadas en las que necesitamos con todo nuestro ser hablar para sanar, mirar o que nos miren con el deseo de que los  ojos hablen un poquito más fuerte que nuestras palabras, reír o llorar o reir y llorar a la vez tan solo porque hacen bien a lo profundo de nuestra alma. ¿Verdad?

Si has pasado por estas experiencias podrás decir conmigo que son gratas, que son liberadoras y nos dejan con la sensación de querer  permanecer ahí por largo tiempo… 

Pero los segundos dan paso a los minutos y los minutos a las horas y estas a los días. Y entonces te quedas como al principio. ¿En soledad? ¿Sólo? No lo creo. Pasar por espacios donde la conversación es como un buen  libro para un buen lector no te dejan igual. Aun así todos volvemos al inicio o al lugar donde estamos solos. 

Entonces ¿qué hacemos? Tengo en mente varias cosas, pero voy por el principio.

He aquí, Dios es el que me ayuda…

Continuará

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