Tengo una debilidad especial por esta estación del año. Será porque se perfectamente que para vivir, primero tenemos que morir. Al menos eso también lo dicen los escritos antiguos...
Es otoño, aunque tardío.
Llegó. Aunque tarde a la cita con este año.
Miles de hojas ya están bajo nuestros pies.
La lluvia llegó, primero para alegría de nuestra Tierra y luego para preocupación de nosotros los mortales…
El sol, radiante como la estrella que es brilla con todo esplendor...
Una vez más se cumplen las palabras de los escritos antiguos...
Alégrense en el Señor vuestro Dios, que a su tiempo os dará las lluvias de otoño. Os enviará la lluvia, la de otoño y la de primavera, como en tiempos pasados.
Este hecho me recuerda claramente que el Creador nunca llega tarde a ninguna cita, y mucho menos a ninguna vida. Y una a una las preguntas y pensamientos se instalan en mi mente...
¿Sentiste acaso que el tiempo pasó y no escuchaste el sonido de las hojas en otoño?
¿Se derramaron gotas de lluvia que no llegaste a percibir?
¿Descubriste cómo cambia de color el cielo minutos después de la media tarde?...
¿Te diste cuenta que el sol despliega sus rayos algunas horas después en la mañana?...
La lluvia llegó para alegría de nuestra Tierra…
El aire fresco que tanto anhelábamos está entre nosotros.
Abro mi ventana. Siento la brisa de otoño y como caen las hojas de los árboles.
No puedo dejar de pensar lo que dicen los escritos antiguos:
La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento.
El mandato del Señor es digno de confianza…
Y eso se cumple en su Creación y también en nuestra vida.
Entonces pienso…
¡Qué nos mojen las gotas de lluvia!
¡Qué el viento vuele algunas hojas de nuestros cuadernos!
¡Qué el sol no solo nos acompañe, sino que nos muestre el camino y nos anuncie una hora precisa en la mañana!
Despleguemos en los días de otoño nuestro corazón, para comprender que El Creador, nuestro Dios nunca llega tarde a ninguna parte ni a ninguna vida.
¡Bendiciones del cielo para todos en esta estación!
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