He aquí, Dios es el que me ayuda...
"El Señor (Dios) está cerca, para salvar a los que tienen el corazón abatido y han perdido la esperanza... Salmos 34.18
Recuerdo dos historias. Son historias reales. Están allí en
los escritos antiguos.
Una es la historia de Agar e Ismael. Ellos eran madre e hijo y formaban parte de una
familia extendida donde el padre de Ismael tenía dos esposas y dos hijos. Uno
de esos hijos era Ismael. Y su madre era una sierva. Sierva de la otra esposa. Situación complicada tanto para
aquella época como para la actual. Por
conflictos entre esposas e hijos, el padre despide a la sierva y a su hijo
Ismael, no sin antes darles comida y
agua para el camino de desierto que debían andar. Lo expresan mejor las palabras de La Biblia:
...Ella se fue, y estuvo caminando sin rumbo por el
desierto. Cuando se acabó el agua, dejó al niño debajo de un arbusto y fue a
sentarse a cierta distancia de allí, pues no quería verlo morir. Cuando ella se
sentó, el niño comenzó a llorar. Dios oyó que el muchacho lloraba; y desde el
cielo el ángel de Dios llamó a Agar y le dijo: «¿Qué te pasa, Agar? No tengas
miedo, porque Dios ha oído el llanto del muchacho ahí donde está. Anda, ve a buscar al niño, y no lo sueltes de
la mano. Entonces Dios hizo que Agar viera un pozo de agua. Ella fue y dio de beber a Ismael. Dios ayudó al muchacho, el cual creció y
vivió en el desierto y llegó a ser un buen tirador de arco. (Génesis 21:14-21)
Otra vez no puedo siquiera imaginar cuánto dolor el de Agar, una mujer desestimada,
abandonada, despedida y dejada sola por el desierto. Una mujer que no estaba
sola, sino que además tenía un hijo, que estaba en la misma condición que ella
y que además estaban ambos muriendo de sed y seguramente también de hambre. Los
escritos nos hablan del llanto del niño
y de la conmoción de su madre, pues dice que “fue a sentarse a cierta distancia pues no quería verlo
morir”…
Nadie puede juzgar esto. Solo trato de mirar lo más cerca
posible. Y aunque intente ponerme en su lugar no puedo hacerlo, no puedo
dimensionar con certeza lo que se siente en momentos así. Pero estoy segura que
algunas personas, hombres o mujeres pueden comprender claramente, muy bien cómo
se sentía Agar y su hijo, porque han pasado por situaciones parecidas.
Pero hay algo en lo que sí puedo ponerme a la par de Agar e Ismael, y es en la certeza de las palabras que están
registradas en los escritos antiguos: “Dios oyó y Dios ayudó al muchacho y Dios
le dio a Agar la ayuda que ella necesitaba: el agua para no morir de sed.
La otra es la historia de un hombre. Un padre de familia.
Si. Un padre, al que le dicen “el niño, tu hijo recién nacido morirá”. Ese
padre era un rey, David el rey de Israel.
Creo que no hay contexto en palabras que pueda expresar el
dolor que él pudo haber sentido. Al menos yo no puedo pensar en algún contexto.
Porque cada padre o madre que transita por ese dolor lo vive o sobrevive de una
forma distinta. No obstante, los escritos antiguos registran el contexto del
instante en que él recibe la noticia y los días que le siguieron. Así dice la
Palabra de Dios:
David oró a Dios pidiendo que salvara al niño; no comía y
pasaba las noches de rodillas en el suelo, delante del Señor. Sus consejeros le rogaban que se levantara y
comiera con ellos, pero él se negaba a hacerlo.
Al séptimo día el niño murió, y los siervos de David tenían
miedo de decírselo. «Si estaba tan quebrantado por la enfermedad del niño
—decían— ¿qué será de él cuando le digamos que el niño está muerto?». Pero cuando David vio que estaban hablando en
secreto, sospechó lo que había ocurrido, y les preguntó:
―¿Ha muerto el niño?
―Sí, ha muerto —le respondieron.
David se levantó del suelo y se lavó, se cepilló el cabello,
se cambió la ropa, entró en el Santuario y adoró al Señor. Luego regresó al
palacio, y comió. Sus servidores estaban asombrados.
―¡No lo comprendemos! —le dijeron—. Mientras el niño aún
vivía usted lloraba y se negaba a comer, pero ahora que el niño ha muerto,
usted ha dejado de llorar y está comiendo nuevamente.
David les respondió:―Ayuné y lloré mientras el niño estaba
vivo, porque me dije: “Quizás el Señor tendrá misericordia de mí, y dejará
vivir al niño”. Pero, ¿por qué he de ayunar si ya ha muerto? ¿Puedo hacerlo
revivir acaso? Yo iré a él, pero él no regresará a mí. (2 Samuel 12:16-23)
Esta historia me deja
casi sin palabras. Una vez más reconozco que no puedo imaginar tremendo dolor. Pero hay mujeres y
hombres que sí pueden imaginarlo, pueden evocar y aún volver a llorar pues han
vivido una situación muy muy parecida.
Pero hay algo en lo que sí puedo ponerme a la par de David, y es en la certeza de las palabras que están
registradas en los escritos antiguos: “David oró, suplicó, clamó, ayunó, se
pasaba las noches de rodillas en el suelo, delante del Señor” pidiendo ayuda a
Dios. Y Dios respondió de una forma que ninguna madre o padre espera. El niño
murió. “Yo iré a él, pero él no
regresará a mí”. Dios le da esa convicción a David.
¡Cuanto dolor! Pero a la vez estoy segura de cuánta
consolación recibió de parte de Dios.
Pues solo la consolación de Dios
y su ayuda, permite que ante un dolor tan grande, ante una
prueba o una pérdida podamos recibir consuelo y el alivio para nuestros corazones avatidos. El mismo rey David escribió parte
de esa experiencia en los escritos antiguos:
Levanto la vista hacia las montañas, ¿viene de allí mi
ayuda? ¡Mi ayuda viene del Señor, quien hizo el cielo y la tierra! (Salmo
121:1-2)
Los seres humanos podemos ser muy diferentes. Aún así nuestras
historias pueden conectarse en algún punto de la cronología, y tener la seguridad que Dios no
cambia. Dios es el mismo. Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
¿Qué es lo que en nuestra vida necesita con urgencia la
ayuda y la intervención de Dios?
¿Cuál es ese problema que nos tiene de rodillas por las
noches delante de Dios?
¿Qué prueba mudó nuestro semblante, quitó nuestra risa, o
nos dejó en consternación?
Cada uno podría colocar ahí una respuesta. Yo solo puedo volver a decir: Cree a Dios.
Confía en Su Palabra.
He aquí, Dios es el que me ayuda;
El Señor está con los que sostienen mi vida. Salmos 54.7
El Señor es bueno .gracias por la consolacion de su palabra !!!
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