Una
mañana te despiertas como cualquier otra. Los rayos del sol traspasan con total
frescura las cortinas de tu ventana. Suena el despertador. Es hora de comenzar
un nuevo día... Pero no sabes que este se avecina diferente...
Personalmente
creo que cada día es una nueva oportunidad para concretar planes, imaginar e
idear nuevos proyectos, meditar en aquellas cosas a las que tienes que darle
nuevas formas en tu vida o hacer lo más dignamente posible tu trabajo o las
tareas de tu hogar y hacer que tu estadía allí sea agradable... ¿Es demasiado?
No lo creo.
Solo que
a veces los días no terminan siendo lo que pensamos y tenemos dificultades para
hacer propias las palabras del salmista David cuando dijo: ¡Este es el
día que ha hecho el Señor, gocemos y alegrémonos en él! (Salmos 118:24).
Esa fue la experiencia de varias personas a las que conozco y la mía también.
Muchas
veces me pregunto:¿Qué pasa por el corazón y la mente de tantas personas
que una y otra vez, descubren que sus sueños, sus deseos, sus anhelos de
convertirse en personas de bien y de fe, se desmoronan como castillos de
arena a orillas de una playa en el mar?
¿Cómo
enfrenta un nuevo día un hombre que acaba de descubrir que tiene en su cuerpo
una enfermedad tan temida como el cáncer? ¿Con qué gozo en su rostro puede
mirar a sus hijos y esposa para darles tamaña noticia?
¿Cómo
sobrelleva sus días una mujer, ahora adulta, que siendo niña sufrió muchas
desdichas y tristezas, las cuales no puede olvidar hasta hoy? ¿Cómo puede creer
a esas palabras? Aquellos días oscuros de su niñez también fueron hechos por
Dios...
¿Cómo
pueden unos jóvenes padres sobreponerse a la muerte de su hija tan amada?
¿Dónde encuentran ellos el gozo y la alegría que Dios da para cada nuevo día?
Esta y
otras experiencias igualmente difíciles hacen que una y otra vez me pregunte:
¿Todos tenemos una segunda oportunidad en la vida? Si acaso la tenemos, cómo
hacemos para vivir a la altura de aquel quoe dijo: ...Con amor eterno te
he amado; por tanto te prolongué mi misericordia. (Jeremías 31:3)
Realmente
es difícil sobreponerse a las pruebas y dificultades.
Pensar
en una segunda oportunidad es alentador y devastador a la vez.
Depende
de Quien va a ser nuestro refugio. Si ya hemos pasado por
estos “valles de sombras” comprendemos que hay un solo lugar donde refugiarnos
y es en Dios. En la quietud de su amor. En la soledad de nuestro dolor. Allí,
junto a Él, derramando todo nuestro corazón. Expresando con nuestra voz todo lo
que sentimos.
¿Una
vez? Puede ser. Pero a veces es necesario, hacerlo una y otra vez.
Recordar
sus promesas, repetirlas, hacerlas propias en cada momento de dolor.Y Dios no
es deudor nadie. El lo hace. Nos alivia...
Siempre,
siempre hay una segunda oportunidad. No son mis palabras. Son las del Creador, y están registradas allí en los escritos antiguos:
Los que viven al amparo del Altísimo encontrarán el descanso
a la sombra del Todopoderoso.
Declaro lo siguiente acerca del Señor :Sólo él es mi refugio,
mi lugar seguro; él es mi Dios y en él confío.
Con sus plumas me cubre y con sus alas me da refugio. Sus
fieles promesas son mi armadura y mi protección.
No solo
hay una segunda oportunidad, Dios extiende sus brazos de
amor
para recibirnos una y otra vez, porque así es Él...
Una
mañana te despiertas como cualquier otra. Los rayos del sol traspasan con total
frescura las cortinas de tu ventana. Suena el despertador. Es hora de comenzar
un nuevo día..
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