Aunque
sigo “mirando” a algunos personajes contemporáneos a Jesús para aprender de
ellos, hoy decidí mirarme en el espejo que son esos escritos antiguos, y esto
es algo de lo que vi:
“Hola yo soy Gabriela”…
Hasta hace algunos años esta
afirmación me producía malestar, impaciencia, inseguridad y otros sentimientos
que nada tienen que ver con los del día de hoy.
Los días, los meses, los años,
las estaciones transcurren sin que uno pueda tomarlos fuerte de la mano para
detenerlos junto a nosotros. Y es mejor que eso no pase. De otra forma, nos
quedaríamos así como así.
Años atrás, pensar siquiera en quien era, que hacía, como me sentía, siempre estaba en
referencia a otra cosa o a otros. Siempre me definía como mamá de, esposa de,
maestra de la escuela tal y otras presentaciones que continuamente estaban de
acuerdo al lugar que ocupaba o la actividad que estaba desarrollando. No que
aquello no fuera importante, ni que me desagradara, sino que no reflejaba lo
que hoy veo en mí…
Los escritos antiguos registran
las siguientes palabras:
A los que triunfen sobre las
dificultades y sigan confiando en mí, les daré a comer del maná escondido y les
entregaré una piedra blanca. Sobre esa piedra está escrito un nuevo nombre, que
nadie conoce. Sólo los que la reciban sabrán cuál es ese nombre’. Tengo un nombre muy “angelical”.
Pero Dios me dará uno mejor.
También eso escritos registran que tengo un lugar en el cielo:
En la casa de mi Padre hay
lugar para todos. Si no fuera cierto, no les habría dicho que voy allá a
prepararles un lugar. Es
cierto que tengo un domicilio real, soy de esta ciudad, vivo en este país y
tengo una nacionalidad, pero eso es por este tiempo, ya que realmente mi
residencia final está siendo preparada en los cielos.
Tengo una posición:
Pero a todos los que la
recibieron, a los que creen en su nombre, les concedió el privilegio de poder
ser hechos hijos de Dios. Aunque tuve un padre terrenal
y todavía mi mamá me regala cosas que
sabe que me gustan, tengo un Padre Celestial que me dio una posición que nunca
dejará de ser. Mi mayor privilegio es poder ser una hija de Dios. Esa soy yo. Y como hija que soy quiero agradar a mi Padre Celestial
que me ama, que me conoce como nadie, que me da un trato especial y que cuida
de mí cuando estoy despierta o cuando me quedo dormida.
No
es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo
adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos,
no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando
lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo
avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su
llamamiento celestial en Cristo Jesús. Definitivamente hasta el
momento en que mi Padre Celestial diga es tiempo de ir “a casa”, seguiré en este
camino que llamamos proceso de transformación.
¿Y vos? ¿Por qué parte del
camino vas?
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